Soy una firme defensora de la creencia
de que el cine ejerce una especial influencia sobre las tendencias
habitacionales de la población.
A pesar de que acometer un
proyecto cinematográfico se ha convertido en una aventura muy cara, la práctica
libre de la arquitectura lo es más. Eso da ventaja a escenógrafos y directores
de cine para acometer propuestas de arquitectura que alimenten la imaginación
del espectador.
Bajo la premisa de que una escenografía
trata de reproducir una realidad adaptándola a unas circunstancias de tiempo y
espacio que resulten propicias para la narración facilitando su rodaje, asumimos
que toda arquitectura susceptible de aparecer en dicha filmación puede ser
alterada tanto en su forma como en su uso. Una operación que aunque resulta
aparentemente inocua, tiende a marcar una tendencia determinada a pesar de
recurrir en muchos casos a arquitecturas preexistentes.
Tomemos como ejemplo la
localización elegida para la última película de Gracia Querejeta “Felices 140”.
La mayor parte del filme transcurre todo en una casa rural con características
muy específicas. La vivienda debía dar aspecto de casa rural pero con gusto,
con una piscina que continuara con la línea del horizonte y que diera la
sensación de estar lo suficientemente apartada de un eventual núcleo urbano.
Al final la mayoría de las
localizaciones se situaron en el hotel rural Las Casas del Camino Real de
Fasnia, en Santa Cruz de Tenerife.
Esto no tendría mayor importancia
si su protagonista Elia (Maribel Verdú), no comentara al enseñar la casa que se
trataba de un antiguo secadero de tabaco rehabilitado como vivienda por un
alemán. No es tan solo una casa estupenda, sino que adquiere el valor añadido
del reciclaje.
Imágenes del exterior del hotel rural que sirve como localización de la casa de Felices 140 (2015) de Gracia Querejeta. |
Imágenes del interior del hotel rural que sirve como localización de la casa de Felices 140 (2015) de Gracia Querejeta. |
Casualmente hace poco leí un
trabajo de investigación acerca de la arquitectura industrial tabacalera en España,
en la que se especificaban de manera muy detallada la localización y aspectos
constructivos de los secaderos, características difícilmente identificables en
la casa que sirve de escenario en esta cinta.
No importaba, el mensaje estaba
lanzado y por partida doble. A la elección de una arquitectura industrial
reconvertida en residencia estival, se añade la afirmación de la protagonista
cuando durante un paseo por la costa le comenta a su amigo “me encantan los
faros” a lo que este le replica “pues cómprate uno”.
El nuevo paradigma habitacional
que satisface las fantasías actuales, implica la reutilización de arquitecturas
no urbanas dedicadas a actividades en desuso.
¿Estamos ante una nueva tendencia
inmobiliaria condenada a desvirtuar la esencia original de estas arquitecturas
reconvertidas? Me temo que así pueda ser tal como se pervirtió la aparición de
los lofts neoyorkinos de los setenta por parte del mercado inmobiliario de los
noventa.
Seña de identidad del mundillo artístico, la
ocupación de antiguas naves abandonadas transformó en cuestión de pocos años
antiguos barrios industriales de Nueva York como el SoHo o Tribeca, que habían
sido absorbidos por el imparable crecimiento urbano de posguerra. Unido a todo
esto, habitar un loft durante estos primeros años, adquiría ciertos tintes
románticos propios de la clandestinidad, ya que por aquel entonces era ilegal
habitar edificios industriales. No fue hasta 1964 y 1971 que Nueva York dictó
nuevas ordenanzas por las que se permitía la ocupación de lofts para uso
residencial, bajo la condición de colocar unas placas en la puerta con las
iniciales A.I.R (residencia para artistas), que facilitarían el acceso a los
bomberos en caso de incendio.[1]
Adrian Lyne elegiría uno de estos lofts para
ambientar el día a día Jennifer Beals protagonista del musical Flash Dance (1983), asentando un estereotipo de inconformismo habitacional
asociado a una actitud artística. Desde entonces y hasta final de siglo el cine
hará uso de espacios diáfanos, en los que el individuo hace y deshace su
espacio, sin necesidad de verse condicionado por las distribuciones de la
vivienda convencional, como emblema de un modo de vivir un tanto bohemio y
relacionado con el mundillo del arte. Me vienen a la mente títulos como Historias de Nueva York (New York Stories, 1989) de Coppola, Basquiat (1996) de Julian Schnabel, Un crimen
perfecto (A Perfect Murder, 1998) de Andrew Davis, o
La caverna (2000), de Eduardo Cortés por
citar solo algunas.
Es “el complejo de loft”, con el que los
directores del cine parecen adjetivar el carácter de un determinado personaje,
que por lo general es creativo, urbano, poco convencional, y no se ajusta a los
parámetros establecidos.
Si tomamos la definición que da el Oxford English Dictionary del término loft, vemos
que la palabra, que deriva del inglés norteamericano, describe un desván o
planta superior de un almacén o edificio industrial. Hoy en día, el término
loft ha llegado a pervertirse hasta ser identificado con un producto
inmobiliario a menudo de reciente construcción, que vende espacios exiguos pero
eso sí “casi diáfanos”.
Es evidente que este producto no hubiera proliferado
sin la imagen glamurosa trasladada desde el cine. Esa es la razón por la que
temo que se ponga de moda el reciclaje mal entendido de arquitecturas industriales
de las zonas agrícolas. En una migración de la ciudad al campo, hemos cambiado
el loft por el agro-fab.
En cualquier caso, a través de estas situaciones
el cine nos acentúa la idea de la reutilización de espacios y la adecuación de
los mismos a cada necesidad. De una forma u otra, el hecho de habitar un espacio
se manifiesta mediante una operación de reciclaje, en la que se toman elementos
que han quedado inservibles u obsoletos y se les da un uso distinto al que se
les supuso en un principio, reinventando a la vez una forma de vivir la
realidad en el marco de la realidad contemporánea.
Jaume Valor Montero matiza que el montaje que
realizan tanto el espacio fílmico como la arquitectura son, al contrario que el
collage postmoderno, un efecto global extraído a partir de un ensamblaje
intelectual, más que una mera suma de imágenes.[2]
Esta transformación reciclada, junto con las
operaciones de collage visual, es abordada sistemáticamente por el cine a la
hora de crear nuevos entornos de viviendas. Pero no nos dejemos engañar por
cantos de sirena, el cine es ficción y como tal, hace exclusivo cualquier espacio.
No me imagino nada más cutre que la estandarización de las arquitecturas
recicladas.
[1] Gómez, Lola
y Dieter Kramer. Lofts. Vivir. Trabajar.
Comprar, pág. 23. Arco Editorial S.A. Barcelona 2001
[2] Valor
Montero, Jaume. Algo pasa en la
arquitectura... Arquitectura y cine. IA Zona Arquitectura. Barcelona 1999.
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