23 nov 2015

DEL LOFT AL AGROFAB

Soy una firme defensora de la creencia de que el cine ejerce una especial influencia sobre las tendencias habitacionales de la población.
A pesar de que acometer un proyecto cinematográfico se ha convertido en una aventura muy cara, la práctica libre de la arquitectura lo es más. Eso da ventaja a escenógrafos y directores de cine para acometer propuestas de arquitectura que alimenten la imaginación del espectador.
Bajo la premisa de que una escenografía trata de reproducir una realidad adaptándola a unas circunstancias de tiempo y espacio que resulten propicias para la narración facilitando su rodaje, asumimos que toda arquitectura susceptible de aparecer en dicha filmación puede ser alterada tanto en su forma como en su uso. Una operación que aunque resulta aparentemente inocua, tiende a marcar una tendencia determinada a pesar de recurrir en muchos casos a arquitecturas preexistentes.
Tomemos como ejemplo la localización elegida para la última película de Gracia Querejeta “Felices 140”. La mayor parte del filme transcurre todo en una casa rural con características muy específicas. La vivienda debía dar aspecto de casa rural pero con gusto, con una piscina que continuara con la línea del horizonte y que diera la sensación de estar lo suficientemente apartada de un eventual núcleo urbano.
Al final la mayoría de las localizaciones se situaron en el hotel rural Las Casas del Camino Real de Fasnia, en Santa Cruz de Tenerife.
Esto no tendría mayor importancia si su protagonista Elia (Maribel Verdú), no comentara al enseñar la casa que se trataba de un antiguo secadero de tabaco rehabilitado como vivienda por un alemán. No es tan solo una casa estupenda, sino que adquiere el valor añadido del reciclaje. 

Imágenes del exterior del hotel rural que sirve como localización de la casa de Felices 140 (2015) de Gracia Querejeta.


Imágenes del interior del hotel rural que sirve como localización de la casa de Felices 140 (2015) de Gracia Querejeta.
Casualmente hace poco leí un trabajo de investigación acerca de la arquitectura industrial tabacalera en España, en la que se especificaban de manera muy detallada la localización y aspectos constructivos de los secaderos, características difícilmente identificables en la casa que sirve de escenario en esta cinta.
No importaba, el mensaje estaba lanzado y por partida doble. A la elección de una arquitectura industrial reconvertida en residencia estival, se añade la afirmación de la protagonista cuando durante un paseo por la costa le comenta a su amigo “me encantan los faros” a lo que este le replica “pues cómprate uno”.
El nuevo paradigma habitacional que satisface las fantasías actuales, implica la reutilización de arquitecturas no urbanas dedicadas a actividades en desuso.
¿Estamos ante una nueva tendencia inmobiliaria condenada a desvirtuar la esencia original de estas arquitecturas reconvertidas? Me temo que así pueda ser tal como se pervirtió la aparición de los lofts neoyorkinos de los setenta por parte del mercado inmobiliario de los noventa.

Loft en Berlín en Mariannenstrasse, poseía este aspecto antes de ser ocupado por sus actuales inquilinos. Loft en Nueva York, en la planta más alta del edificio Starrett-Lehigh, en el centro de Chelsea.
Seña de identidad del mundillo artístico, la ocupación de antiguas naves abandonadas transformó en cuestión de pocos años antiguos barrios industriales de Nueva York como el SoHo o Tribeca, que habían sido absorbidos por el imparable crecimiento urbano de posguerra. Unido a todo esto, habitar un loft durante estos primeros años, adquiría ciertos tintes románticos propios de la clandestinidad, ya que por aquel entonces era ilegal habitar edificios industriales. No fue hasta 1964 y 1971 que Nueva York dictó nuevas ordenanzas por las que se permitía la ocupación de lofts para uso residencial, bajo la condición de colocar unas placas en la puerta con las iniciales A.I.R (residencia para artistas), que facilitarían el acceso a los bomberos en caso de incendio.[1]
Adrian Lyne elegiría uno de estos lofts para ambientar el día a día Jennifer Beals protagonista del musical Flash Dance (1983), asentando un estereotipo de inconformismo habitacional asociado a una actitud artística. Desde entonces y hasta final de siglo el cine hará uso de espacios diáfanos, en los que el individuo hace y deshace su espacio, sin necesidad de verse condicionado por las distribuciones de la vivienda convencional, como emblema de un modo de vivir un tanto bohemio y relacionado con el mundillo del arte. Me vienen a la mente títulos como Historias de Nueva York (New York Stories, 1989) de Coppola, Basquiat (1996) de Julian Schnabel, Un crimen perfecto (A Perfect Murder, 1998) de Andrew Davis, o La caverna (2000), de Eduardo Cortés por citar solo algunas.

Imagen del interior del loft del difunto novio de la protagonista, extraída de la película La caverna (2000), Eduardo Cortés.
Imagen de Albert Milo en su estudio acompañado de su hija, extraída de la película Basquiat (1996), de Julian Schnabel.
Es “el complejo de loft”, con el que los directores del cine parecen adjetivar el carácter de un determinado personaje, que por lo general es creativo, urbano, poco convencional, y no se ajusta a los parámetros establecidos.
Si tomamos la definición que da el Oxford English Dictionary del término loft, vemos que la palabra, que deriva del inglés norteamericano, describe un desván o planta superior de un almacén o edificio industrial. Hoy en día, el término loft ha llegado a pervertirse hasta ser identificado con un producto inmobiliario a menudo de reciente construcción, que vende espacios exiguos pero eso sí “casi diáfanos”.
Es evidente que este producto no hubiera proliferado sin la imagen glamurosa trasladada desde el cine. Esa es la razón por la que temo que se ponga de moda el reciclaje mal entendido de arquitecturas industriales de las zonas agrícolas. En una migración de la ciudad al campo, hemos cambiado el loft por el agro-fab.
En cualquier caso, a través de estas situaciones el cine nos acentúa la idea de la reutilización de espacios y la adecuación de los mismos a cada necesidad. De una forma u otra, el hecho de habitar un espacio se manifiesta mediante una operación de reciclaje, en la que se toman elementos que han quedado inservibles u obsoletos y se les da un uso distinto al que se les supuso en un principio, reinventando a la vez una forma de vivir la realidad en el marco de la realidad contemporánea.
Jaume Valor Montero matiza que el montaje que realizan tanto el espacio fílmico como la arquitectura son, al contrario que el collage postmoderno, un efecto global extraído a partir de un ensamblaje intelectual, más que una mera suma de imágenes.[2]
Esta transformación reciclada, junto con las operaciones de collage visual, es abordada sistemáticamente por el cine a la hora de crear nuevos entornos de viviendas. Pero no nos dejemos engañar por cantos de sirena, el cine es ficción y como tal, hace exclusivo cualquier espacio. No me imagino nada más cutre que la estandarización de las arquitecturas recicladas.


 
[1] Gómez, Lola y Dieter Kramer. Lofts. Vivir. Trabajar. Comprar, pág. 23. Arco Editorial S.A. Barcelona 2001

[2] Valor Montero, Jaume. Algo pasa en la arquitectura... Arquitectura y cine. IA Zona Arquitectura. Barcelona 1999.